0394/2024 - A transformação do corpo e suas implicações globais nos cuidados com a COVID: uma visão interna dos cuidados de saúde.
The transformation of the body and its global implications under COVID care: An inside look at healthcare
Autor:
• Tomas Loza Taylor - Taylor, T.L - <tomastaylort@gmail.com; tomas.lozat@unisa.cdmx.gob.mx>ORCID: https://orcid.org/0000-0003-3543-4696
Resumo:
Este trabalho é o resultado de uma investigação sobre o papel que o pesquisador desempenha dentro da metodologia etnográfica em ambientes clínicos, por isso se concentra em refletir sobre a seguinte questão: Qual o papel que a voz do pesquisador desempenha ao descrever as transformações corporais em espaços clínicos que envolvem pessoas com COVID grave? Através da noção teoricas de mundos morais de Kleinman, da liminalidade de Turner, da ética da alteridade de Levinas e do poder de Butler, pretende-se desenvolver uma interpretação profunda das dimensões moral, sócio-ética e política. Para atingir esse objetivo ocuparei à memória como estratégia narrativa do autor e de seu contexto a fim de construir uma autoetnografia, que proponha categorias teóricas como corpo liminal, economia da esperança e socialização da moralidade para descrever e analisar o contexto clínico e a transformação do corpo durante a pandemia de COVID.Palavras-chave:
Corpo, COVID, memória, autoetnografia, espaços clínicos.Abstract:
This paper is the result of an investigation into the role of the researcher within the ethnographic methodology in clinical settings, which is why it focuses on reflecting on the following question: What role does the researcher's voice play in describing the bodily transformations in clinical spaces involving people with severe COVID? Through Kleinman's notion of moral worlds, Turner's notion of liminality, Levinas ethics of otherness, and Butler's notion of power, the aim is to develop a deep interpretation of the moral, socioethical and political dimensions. To achieve this objective, I will return to memory as a narrative strategy of the author and his context in order to build an autoethnography that proposes theoretical categories such as liminal body, economy of hope and socialization of morality to describe and analyze the clinical context and the body changes during the COVID pandemic.Keywords:
Body, COVID, memory, autoethnography, clinical spaces.Conteúdo:
Introducción
¿Por qué hablar de los límites de la muerte, la vida y el cuerpo? ¿En qué momento sentí que era una acción narrada por mil voces? ¡No lo sé¡ Pero cada vez que reflexiono lo que más me intriga es reconocer mi propia voz. Esta voz que se filtra por estas letras y que se aferra a reconocer a la muerte y a la vida como actos relevantes para ser investigados.
No es fácil trabajar en hospitales como médico especialista en medicina interna, uno tiene que negociar con la burocracia para fluir en el mundo laboral. Para quien ha trabajado 15 años en estos espacios es difícil reflexionar sobre sus rituales, ya que normalizamos las prácticas e imaginarios de la cultura organizacional en nuestra identidad y la reproducimos (1).
Los rituales hospitalarios están estructurados desde relaciones de poder e influyen en las jerarquías médicas, en la práctica clínica, en los controles laborales y en la toma de decisiones terapéuticas. Aunque el ritual más relevante dentro de las instituciones sanitarias es la fiscalización del cuerpo, pues el cuerpo se penetra, se observa, se mide, se abre y se cierra como una pieza de museo expuesta a la mirada médica (2, 3, 4, 5).
El cuerpo es la matriz de toda ritualización social y desde este campo se construyen prácticas, discursos interacciones, emociones e imaginarios sociales. Desde el cuerpo se realiza toda interpretación biológica, toda posibilidad de cura y, también, se visualizan metáforas que libran batallas entre fuerzas benignas o malignas, entre lo normal y lo patológico, entre la enfermedad y la salud (5, 6, 7).
Previo a la pandemia realicé una investigación sobre las transformaciones corporales en personas con cáncer que transitaban al fin de su vida. Este trabajo culminó en la realización de mi doctorado en antropología física, por lo que construí una experiencia de investigación relevante que me permitió realizar una etnografía hospitalaria y asistir a personas con cáncer avanzado, además de realizar una propuesta teórico metodológica que retomó al cuerpo como campo de la experiencia social en transformación y a la que denominé cuerpo-liminal (1).
Al comenzar a redactar la tesis de doctorado, la pandemia por COVID llegó como una ficción distópica transformando la realidad social, pues fuimos testigos del cierre de comercios, de la desolación colectiva y de la teatralización global del miedo. Este periodo de tiempo se extendió de abril del 2020 a abril del 2021, en el cual el experimentamos tres olas de contagio por COVID y evidenciamos profundas consecuencias sociales.
La relevancia de mi trabajo dio frutos en un escenario global donde la vulnerabilidad, el sufrimiento y la muerte convergían en un hospital del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) que se localiza en sur de la Ciudad de México. La mirada antropológica y la propuesta de cuerpo liminal me brindaron herramientas excepcionales para escuchar y tomar en cuenta distintos puntos de vista en la atención clínica.
Todo cambió, mi rostro, mi moral y la forma de atender a las personas. El cambio fue tan radical que al final de la atención hospitalaria por COVID decidí modificar mi vida por completo. Mis palabras no serán suficientes para describir lo que viví, pero recuperar mi memoria es un primer paso para negociar con mis emociones, con mis expectativas y para reconciliarme con mi Yo, con el fin de acercarme a otros canales de comprensión y reflexividad.
Narrar desde mi cuerpo y recuperar memorias, voces y reflexiones es un acto autobiográfico que tiene el potencial de ser investigado. Escuchar a mi propia voz y escribir en primera persona es un testimonio que al compartirlo, podría movilizar a las audiencias a construir preguntas que retomen la subjetividad del investigador como una dimensión para ser estudiada (8).
Relacionar la metodología como terapia no es algo nuevo, es el resultado de una construcción epistémica que la autoetnografía ha tomado como uno de sus objetivos (9). Por tanto, este trabajo además de retomar a mi memoria reflexionó la siguiente pregunta ¿Qué papel juega la voz del investigador al describir las transformaciones corporales en espacios clínicos que involucran a la atención de personas con COVID grave? Al contestar la pregunta retomé a la autoetnografía, a la narrativa y a la memoria como herramientas metodológicas para describir y analizar el alcance de mi subjetividad al interpretar los límites que tiene el cuerpo, la vida y la muerte en personas con COVID con el apoyo teórico de las nociones de liminalidad, de mundos morales locales, de la ética de la alteridad y, finalmente, la noción de discurso que sustentan el análisis interpretativo de este trabajo.
Metodología: Autoetnografía del contexto clínico
La atención durante la pandemia fue ardua para los médicos del IMSS del segundo nivel de atención, pues el miedo se reflejaba en nosotros. Miedo a morir, miedo a tocar a las personas y a transmitir una enfermedad inasible y escurridiza, por lo que muy pocos médicos nos atrevimos a rechazar los estigmas sociales del COVID, pero aún así teníamos miedo, parecía más una epidemia de miedo que la de una enfermedad infecciosa.
La realidad fue que un cincuenta por ciento del personal del hospital donde laboraba logró ausentarse, otros tantos asistían pero se negaron a trabajar y solo algunos nos dedicamos a la atención. Desde el inicio el colapso del sector salud era evidente. No teníamos insumos para enfrentar la pandemia, no teníamos lavabos, áreas higiénicas y los equipos de protección eran de mala calidad.
El huracán de la pandemia azotó con violencia a las instituciones sanitarias, de allí que el personal sanitario nos encontramos emocionalmente desvalidos y fue difícil comprender lo que sucedía, pues carecíamos de herramientas para una adecuada gestión emocional que coadyuvara a enfrentar un proceso global sin precedentes.
Algo que me sorprendió es que tanto el ritual de cura, como el discurso esperanzador de la biomedicina, no tenían utilidad y lo único que podía realizar era asistir a las personas con recursos precarios y discursos inciertos ante la pobre efectividad biomédica.
Parte de los objetivos personales para realizar este trabajo fue la necesidad de narrar mi experiencia, pues considero que la narrativa es una metáfora extendida que orienta a las personas a encontrar un sentido de pertenencia y, también, describe los significados sociales de un contexto sociocultural (10, 11, 12). De igual forma, me pareció relevante emplear una herramienta metodológica reflexiva como la autoetnografía, la cual es una estrategia que reconoce y acomoda la subjetividad, las emociones y la influencia del autor en la investigación (9). Es también, una oportunidad para problematizar mis espacios cotidianos, mis métodos, mis lógicas y tácticas de representación, pero sobre todo la estructura de mi privilegio como investigador y médico (13).
¿Cómo es el proceso de realizar una autoetnografía? La autoetnografía construye una práctica iterativa entre el autor y la producción de significados de los colectivos sociales, pues a través de la narrativa se describen normas, imaginarios y emociones que influyen en dicha producción (14, 15). El desafío de considerar a la autoetnografía como método fue retomar a las emociones y a la memoria como herramientas hermenéuticas y reflexivas, ya que durante el escenario global de atención toda mi voluntad se enfocó a la asistencia de personas con COVID dejando a un lado mi producción investigativa (16).
Retomar mi memoria tiene una implicación epistémica profunda pues es una categoría polisémica que, junto con la narrativa, reconstruye los procesos sociales. Esto con el fin de describir las relaciones de poder que estructuran a las interacciones dentro de los contextos clínicos, pues los hospitales durante la atención COVID, representaron la condensación de rituales que proyectaban la oportunidad de vivir y la posibilidad de morir en escenarios jamás experimentados (17).
Describir y analizar este proceso desde una mirada in situ, es una oportunidad que no debe ser desaprovechada. De allí que este trabajo, retome a la memoria y a la narrativa como actos sociales que describen la experiencia vivida dentro de un mundo global (18). Esta postura epistémica es relevante a nivel metodológico pues moviliza preguntas reflexivas que orientan sobre la construcción ética de la investigación, por lo que resulta prudente preguntarme “¿Quién se beneficia de esto? y ¿Qué implicaciones éticas tiene este trabajo?” (19).
Atender a personas que se encuentran al fin de la vida implicó una movilización de emociones que difícilmente comprendería, sin realizar un ejercicio reflexivo. El análisis de la realidad social o como la ha denominado la antropología interpretativa “descripción densa” (20), es la descripción de los detalles aparentemente inexistentes pero que dan sentido a las acciones cotidianas de las personas. Estos detalles pueden ser emociones, memorias o construcciones morales que determinan acciones que no se vislumbran a simple vista, sino que tienen que ser desenterradas de las interacciones para que sus significados sean descriptos (21).
El reto autobiográfico estriba en sistematizar mi experiencia pero sin perder de vista los procesos que observé durante la atención de la pandemia, también en reconocer que la experiencia está articulada con los procesos socio-afectivos y que, gracias a estos procesos, la práctica médica adquiere diversos significados, por lo que el ritual de fiscalización del cuerpo está íntimamente ligado al ritual de cura, a la economía de la esperanza, a la búsqueda de respuestas colectivas y a la socialización de la moral (1).
Desarrollo:
1) La desnudez del cuerpo
Recuerdo el día que dejé de contar las personas que morían, porque era agotador y sufría ante el hecho de que los que se iban no podían despedirse de sus seres queridos. Ese día de junio del 2020 trabajaba junto con mi compañero Arturo y en el transcurso de una hora fallecieron ocho personas.
El panorama desolador cobraba vidas y mi energía era un trasiego entre la ansiedad, la tristeza, la angustia, la soledad y la incertidumbre. Todas estas emociones fueron el sedimento de mi memoria y, desde este proceso, aludo a reconstruir los rituales más relevantes durante la atención COVID, pues el hospital se convirtió en un aluvión de prácticas afectivas que revelaban la experiencia moral de todas las personas.
Mi interés por describir la experiencia de personas que se encontraban con COVID y que transitaban al fin de su vida se debió a que estas personas se ubicaban en una suerte de espacio liminal en el que se expresan sentidos, emociones, temores e imaginarios que hacían danzar al alma y a la espiritualidad en un acompan?amiento de las profundas transformaciones corporales. Este espacio liminal representa la ritualización de la incertidumbre social, desde la cual se intenta contener en acciones definidas en los discursos sobre el transito a lo desconocido. Por tanto, el actor más importante es el que vive la experiencia de tener COVID al término de la vida, esta condición límite que lo arroja a sentir en carne propia el verdadero transito de lo incierto y de lo que pactamos y entendemos por vivir y morir (22, 23).
Considero que la propuesta teórico metodológica a la que denomino cuerpo liminal es un punto para comprender al cuerpo y las articulaciones que tiene con la experiencia, la sociedad y la cultura, así como la influencia del investigador. En consecuencia, el cuerpo liminal alude a un cuerpo en trance, un cuerpo cuya experiencia en la antesala de la enfermedad o de la muerte, pasa por el ámbito perceptivo de los sentidos, pero se resignifica con la memoria, las emociones, las expectativas y la identidad, resquebrajada por el dolor corporal y las transformaciones asentadas en la carne y los o?rganos, cuyas respuestas trascienden al emerger simbolizaciones y expresiones espirituales quiza? no escuchadas por el discurso y pra?ctica biome?dica que finalmente lo constriñen para su bien o mal morir. Con esta nocio?n hago alusio?n, desde una perspectiva relacional, a la biologi?a, la sociedad, la cultura y las estructuras de poder que tienden a fijar practicas medicas y formas de pensar, de sentir y hacer (23, 24, 25).
Durante la pandemia el ritual de fiscalización corporal, el ritual hospitalario que reconoce las esquinas más íntimas de nuestra biología y que determina el lenguaje de la enfermedad se transformó y, por tanto, se modificó el significado social del cuerpo. El cambio comenzó cuando el discurso biomédico lo representaba como fuente de infección y de contagio. Un ejemplo claro es el discurso biomédico que definió un nuevo sentido sobre la desnudez, pues el rostro era la única parte corporal que podía estar desnuda y durante la pandemia, el rostro fue forrado con cubre bocas, gafas y gorras, por lo que la identidad de médicos y personas afectadas se transformó con el ritual higienizante (26). Ahora bien, las manos y sus interacciones fueron motivos de severas interdicciones y tuvimos que saludar de forma distinta, sin contacto y sin tocar al otro.
No pretendo juzgar las decisiones médicas que salvaron o no vidas, sino más bien ver las implicaciones de las decisiones médicas en los significados sociales en torno al cuerpo, con el fin de describir como la percepción social se encontró en un tránsito incierto (23). La percepción no es un acto representativo, sino un arco de significados socioculturales con un sedimento biológico complejo, que se construye a través de emociones, imaginarios, de lógicas, de normativas éticas y experiencias morales (27, 28, 29).
El ritual higienizante impuso un nuevo régimen de la desnudez, pues estábamos acostumbrados a experimentar la desnudez de nuestros rostros y manos y como lo menciona Levinas (29) “ el rostro es la presencia viva del otro y la máscara de nuestra subjetividad”. Este cambio fue singular pues al ocultar nuestra desnudez enmascaramos nuestra vulnerabilidad, disfrazamos nuestra identidad y desnudamos nuestra alma. Esta nueva forma de relacionarnos marcó un antes y un después en los rituales de la pandemia y, también, transformó la experiencia moral de las personas y la forma de percibir el mundo (30).
¿Qué procesos morales se transformaron? La experiencia se transformó por completo y, también el sentido de los procesos sociales, es decir, se transformaron los valores individuales y se negociaron otros significados sociales sobre la vida, la muerte y el cuerpo (30, 31). Pues la muerte latía en la inmediatez de nuestra percepción, la vida era una sorda lejanía y el cuerpo era una matriz de cambios. Todos estos hechos los entendí como cambios de significados que movilizan lógicas y construyen mundos morales en las personas para ser socializadas (1, 2).
En las instituciones de salud las emociones como la culpa, la incertidumbre, la empatía y la solidaridad definen la moral de las personas y también las socializan, pues las emociones son códigos de lenguaje que construyen a la intersubjetividad (32). En todo momento de la atención existió una relación afectiva que influía en la práctica clínica y en toda posibilidad de tratamiento, para poder ser concreto compartiré una narrativa sobre una práctica de atención en el hospital del IMSS donde laboraba y que por motivos éticos no mencionaré su nombre:
“Son las 08:00 de la mañana y entró al área COVID, llevo días lavándome las manos desmesuradamente y los cubre bocas me han causado una alergia de contacto, tengo sueño. Soy un rompecabezas desperdigado por el suelo, pienso.
Hay siete pacientes conectados a ventilación mecánica en el cuarto piso y me reportan en la entrega de guardia otras siete personas con dificultad respiratoria y necesitan apoyo artificial para respirar, pero ya no tenemos ventiladores. Le pido a los médicos a mi cargo que evalúen a las personas y me comenten los casos graves.
Mi compañero Arturo y el residente Rodrigo me presentan a Guillermina, quien jadea con dificultad y luce desesperada. Me comentan que Guillermina quiere que le coloquen el ventilador, pero Guillermina tiene 87 años de edad y sus pulmones están muy inflamados. Le pregunto a Arturo que opciones le dieron y, al parecer, solo le ofreció colocarle un ventilador como posibilidad de cura.
Yo hablo con ella, no puedo verla bien pues mis lentes están empañados y mi voz no se distingue. Me acerco y le comento que existen otras opciones de tratamiento, sobre todo para mejorar su dificultad para respirar y que, desafortunadamente, la opción de intubación es incierta pues no puedo asegurarle que viva. La cara de Guillermina palidece y medita para encontrar una respuesta.
Guillermina llora y Arturo también, yo contengo mis lágrimas, Rodrigo me pide permiso para marcharse porque se siente mal. Después de minutos de silencio Guillermina decide no aceptar la ventilación. Les pido un teléfono a mis compañeros para realizar una video llamada a sus familiares, pero no tenemos más teléfonos, todos se los han robado.
Al profundizar sobre las acciones de esta narrativa se observa como Guillermina evalúa su destino con el peso de su experiencia, con los intereses que ha construido y con los acontecimientos más relevantes de su vida. Al estar con Guillermina su rostro reveló un tránsito de emociones que consolidó la firmeza de su partida. Sola, aislada y con un séquito de profesionistas que rompen en llantos internos y externos, se evidencia como Guillermina fue acompañada por desconocidos, quienes ofrecían terapias disímiles como la curativa y la paliativa.
La práctica médica revela con detalle el lenguaje del cuerpo que imprime un significado y sentido en las personas y en las interacciones sociales, así las pausas, los rostros, las emociones cobran relevancia en este lenguaje nuevo dentro de un orden social incierto. De allí que, los significados entraron en crisis, pero también el sentido individual y colectivo de las personas ¿Donde estoy? ¿Voy a salir adelante? ¿Qué posibilidades tengo de vivir? ¿Qué va a pasar con los demás cuando me vaya? ¿Existe otra forma de morir? Son preguntas que reiterativamente se realizaban las personas que estaban en el hospital.
2) El sentido y el significado
La clínica es un campo de interacciones y una forma de ver, percibir y analizar un lenguaje para describir y modificar el curso de la enfermedad (17, 33). Es también una herramienta que permite a médicos y terapeutas acercarse a las personas y comprender los cambios corporales y, durante la pandemia, existieron afecciones corporales que no habían sido descritas así como decisiones terapéuticas que no se habían pensado, de allí que cobre relevancia el concepto de liminalidad.
La atención durante la pandemia en su fase crítica se rigió por normativas que tenían un significado distinto durante las interacciones clínicas, por un lado las que prolongan la vida como acto irreductible y, por otro, las que consideran a la muerte como un destino ineludible. Estas dos construcciones éticas revelan el significado de dos concepciones del mundo que se reflejan en las experiencias de los médicos y definen las decisiones cotidianas de las personas (29, 30, 31).
Las interacciones conflictivas en torno a la práctica clínica desvelaron nuestra forma de atender y de comprender el mundo, pues resulta que la atención no tiene un sentido unívoco sino que está diferenciada por la experiencia moral y las normas sociales (29). Las interacciones construyen arquitecturas temporales de sentido o rituales que, en tiempos COVID, evidenciaron las encrucijadas en torno a la muerte o la vida, al sufrimiento o la rebelión y orientaron nuestra capacidad de decidir sobre nuestro destino. En el caso de Guillermina este tránsito le permitió decidir su muerte y, gracias a este acto, reflexioné sobre el juego que establece el sentido y el significado en las expectativas y las decisiones personales en un contexto de incertidumbre.
El significado es una representación simbólica de los colectivos sociales que definen y construyen interacciones, emociones, pensamientos, acciones, y objetos. Mientras que el sentido es flujo, impulso y ritmo de las acciones que orientan a las personas a vivir, es la red de símbolos que nos permite construir itinerarios, rituales y expectativas de vida (24). En la pandemia los significados en torno al cuerpo, la vida y la muerte entraron en crisis ya que al estar en marcha una transformación profunda se definieron nuevos significados (22, 34), pero durante los tiempos COVID experimentamos una abrumadora desorientación debido a la incertidumbre social y al cambio de sentido.
Esta falta de orientación mostró la desnudez de nuestras almas y la liminalidad de nuestras experiencias, pues existía una crisis que enfocó su respuesta en el instinto y no en las expectativas de ser, de reír, de tocar o de morir. Para ejemplificar este punto retomo lo que denomino economía de la esperanza, ya que es un imaginario importante de la eficacia biomédica y, durante la pandemia, la posibilidad de invertir en las expectativas de vida o de muerte eran inciertas. En el hospital por ejemplo cuando anunciaba una noticia a los familiares de las personas internadas no había expectativas claras de verlos vivos o muertos. En la atención global la esperanza dejó de insertar expectativas al mostrar que las vacunas, el empleo de medicina alternativa e inclusive la todopoderosa biomedicina no eran eficaces.
Las personas desesperaban pues no tenían claro si la hospitalización les ayudaría, recuerdo que el 25 de septiembre del 2020, me llegó un video y observé perplejo como una persona caminaba por la terraza del hospital y miraba fijamente al suelo para aventarse. Afortunadamente, las enfermeras evitaron un desenlace trágico y el personal no supo como esta persona escaló hasta la ventana para suicidarse. En ese momento tan terrorífico se mostraba el verdadero drama global en torno a la crisis de sentido.
Yo también experimenté una crisis pues comencé a preguntarme ¿Para qué tratar a las personas si todas fallecen? ¿Para qué prolongar su vida innecesariamente? ¿A dónde dirigir mi atención? A pesar de estar sensibilizado con la visión de cuidados paliativos la aspereza de la atención socavó mi voluntad y mi conciencia. Un día de noviembre después de intubar a un paciente solicité su traslado a Terapia Intensiva, pero no había ventilador de traslado, no había tanques de oxígeno disponibles porque se los habían robado. Mi incomodidad crecía como un fuego que calcinaba mis pensamientos y alumbraba mi ansiedad, deje de dormir, de reír y de sembrar expectativas. En las semanas posteriores comencé a tener alucinaciones de sombras que navegaban libremente por mi cuerpo y despertaba gritando en la noche.
El personal de salud sufría de forma estrepitosa por pérdidas familiares, por colapsos mentales y nos anegábamos en un río de culpas y miedos que transmitíamos a las personas que atendíamos. El discurso de la esperanza cada vez que surgía se disolvía en el mar de la incertidumbre y, lo único que prevalecía, era la angustia que se representaba en los estigmas de COVID. En un momento tan crítico donde las personas eran excluidas, se transitaba a lo incierto y las expectativas eran desesperanzadoras ¿Qué transformaciones corporales se activaron? La pregunta abre un viejo debate de la antropología pues hace un siglo se reconoció que el sistema de creencias esta articulado con la fisiología corporal y que la cultura es la normativa que modela al cuerpo (36, 37). Partiendo de estas aseveraciones ¿Cuántas personas fallecieron por miedo?
3) El discurso, la muerte y la esperanza
Retomar mi subjetividad para describir su papel en la construcción del conocimiento es considerar que mi ontología es parte de la alteridad social y un reflejo de la vida, del cuerpo y de la muerte. Esta postura epistémica es una acción hermenéutica al considerar que mi voz es experiencia, narrativa, interacción, memoria e interpretación del mundo ¿Quién reside en mi voz? Acaso no son otras experiencias e interacciones que construyen mi identidad y tomar en cuenta esta diversidad, refleja una norma ética dentro de la investigación y la atención médica, la norma de respetar la posibilidad de existir y de morir (38, 29).
El constante reflejo con otras posibilidades de existencia es la construcción de las voces que residen en nuestra subjetividad, en los rituales y en los discursos (38, 29). Los destinos sociales como la muerte, representan el reflejo de la vida y, por tanto, la muerte y sus imaginarios se nutren de la experiencia de las personas que son el resultado de las interacciones sociales depositando la esperanza en la atención médica y otras formas de cuidado para evitarla, prevenirla o para experimentarla con un sentido diferente.
La muerte en tiempos de COVID reflejó nuevas posibilidades de existencia y sobre todo cuestionarnos cómo vivir y morir. En mi caso sentó los límites de un giro personal que cuestionó mi ontología, mi vida y mi moral. Durante la pandemia la cantidad de personas que ingresaba al hospital del IMSS donde trabajaba, encontraban en este espacio clínico la posibilidad encontrar un nuevo sentido de vida o, también, una asidua incertidumbre.
Como recuerdo el caso de José Alfredo quien pasó más de un mes en el hospital un hombre de 49 años de piel cobriza, expresiones gestuales pronunciadas y con una disposición a sonreír cada vez que le interrogaba su destino. El día que llegó, a pesar de tener una enorme dificultad respiratoria, estaba consciente de cada palabra, de cada detalle y de cada sonido. Dormitaba por horas y siempre sonreía, a veces el cansancio era tan pronunciado que sus expresiones faciales se apagaban y no alcanzaba a manifestar ninguna emoción en su rostro.
A José Alfredo en diversas ocasiones le sugerí la invasión aérea porque sus pulmones estaban colapsados por la inflamación. La gravedad se demostraba en los puntajes de lesión, en los estudios de imagen, en los marcadores inflamatorios, en el latido presuroso de su pulso y en la caída de su oxigenación. José resistió y cuando le hablaba solo sonreía y no aceptaba ningún procedimiento invasivo, en diversas ocasiones habló con sus familiares de forma sucinta y solo sonreía y descansaba.
Los días pasaron y la salud de José Alfredo mejoró solo con medidas conservadoras al acostarlo boca abajo y realizarle terapia pulmonar. Fue la única persona que no entró en pánico y realizó en una especie de contemplación interna en la que solo él reconocía sus pausas, sus silencios y sus espacios personales. Al final, José se fue a casa y todo el personal quedó sorprendido por su capacidad de resistencia, vitalidad y restauración. Cuando salió en silla de ruedas todos aplaudíamos su partida. No sabíamos como había evitado la muerte.
Todos construimos una expectativa en torno a la atención médica y a la muerte y, la muerte, es una continuidad, un puente entre la vida de las personas, pues permanecemos en la memoria, en los rituales y en las interacciones de los colectivos sociales. ¿Qué le permitió a José Alfredo tener una expectativa de muerte distinta? Su relación con él mismo y la responsabilidad de comprender sus necesidades, es decir, vivir sin ser despojado de su dignidad.
Los tiempos COVID movilizaron los imaginarios sociales de la muerte hacia otros niveles de comprensión, pues se podía morir estando vivo o vivir estando muerto y parecía que una vez internado en el hospital las expectativas se centraban en la desesperanza y en la infección. Todo cambio, los rituales funerarios se vieron quebrantados y el cuerpo era la identidad ausente de la muerte, un cuerpo que debía desaparecer sin dejar rastro para no transmitir la enfermedad.
El discurso global parecía tejerse entre las redes de la incertidumbre y construía un sentido colectivo en torno a la prevención o la cura. El discurso de la esperanza poco a poco gano terreno y a través de la gran maquinaria tecnológica se consolidaron avances para demostrar el verdadero rostro del virus, pues se evidenciaron sus moléculas estructurales, sus múltiples variantes y en un año disponíamos de diversas vacunas que demostraban una carrera ideológica entre gobiernos para monopolizar la eficacia y distribuir la esperanza de acuerdo a intereses políticos globales. La eficacia de las vacunas fue el logro más importante de la industria biomédica durante la pandemia e inclusive, ponía en duda la capacidad de adaptación inmunológica del cuerpo humano, pues el discurso se centró en construir un nuevo sentido de eficacia ante la imposibilidad de cura.
Al describir como la eficacia biomédica se distribuía a través de rituales complejos y centralizaba su atención en la prevención, se evidenció que la cura era desplazada dentro de las posibilidades terapéuticas dentro del primer año de atención COVID. Lo curioso es que la eficacia biomédica no puntualizó sus fracasos, sino más bien construyó la respuesta global en torno al COVID aprendiendo e improvisando en el camino, pero aun así construyendo los significados sociales sobre la esperanza como una dimensión relevante de la existencia humana.
Conclusiones
Mi papel como investigador y médico es un oficio particular que me ha permitido describir procesos que no se ven a simple vista, el reto de este trabajo fue incorporar mi experiencia dentro de la construcción de significados sociales en el proceso salud, enfermedad, cuidado y muerte. Mi voz me permitió situarme en una descripción activa que analiza las posibilidades de vivir y de morir como íconos que definen a la cultura y a la existencia social.
Las transformaciones que describí a lo largo de este trabajo representan una forma de mirar el mundo, una perspectiva que siente, que piensa y que interpreta (39). Mi voz representó a la narrativa de un proceso liminal que se reflejaba en el campo de la experiencia, al notar que las personas que acudían al hospital entraban en un ritual incierto que no podía ser definido (23). Una metamorfosis dolorosa que la sociedad asimilaba a través de herramientas cognitivas, emocionales y morales y que fueron moldeadas por la incertidumbre social.
El mundo cambió de forma vertiginosa y los otrora escenarios íntimos ahora estaban a la vista de todos como la decisión de vivir o morir o, también, los cambios corporales dirigidos desde la estructura social o desde la experiencia. En consecuencia, los nuevos rituales globales transformaron las identidades de las personas y, por tanto, las instituciones públicas y privadas desvelaron su rostro para implicarse de lleno en la producción de significados con el fin de construir sentidos de vida y lograr una cohesión ideológica.
El cuerpo en tiempos COVID fue el blanco de todo cambio y para contener cualquier posibilidad de transmisión fue aislado, desnudado, cubierto e incinerado, aún no sabemos si estos rituales fueron correctos o no, pero eran respuestas ante la adversidad de la pandemia. Los escenarios clínicos como los hospitales son campos donde confluyen rituales y se administran los significados sociales. Así, la fiscalización del cuerpo, el ritual de cura, la socialización de la moral y la economía de la esperanza son procesos que se desplazan continuamente dentro y fuera del hospital para resignificar al cuerpo, a la vida y a la muerte.
Mi voz es el reflejo de toda descripción del cuerpo, de toda pregunta de investigación, pero sobre todo es una posibilidad de narrar mi experiencia en la atención COVID y de posicionarme como investigador y médico. Mi propuesta más íntima es la de proyectar mi esperanza hacia un sentido diferente, una esperanza que busque el consenso, que proyecte escenarios de acompañamiento y que critique el dominio global curativo de las instituciones sanitarias para que sean transformadas desde la salud colectiva a través de los paradigmas preventivo, paliativo y de cuidado.
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